Esta semana, el martes, estuve en el II Encuentro con la Sostenibilidad de Yo Dona, dedicado al diseño y la innovación. A pesar de lo largo que fue, cerca de doce horas, y de que estaba allí trabajando, y no como mero espectador, disfruté de las ponencias, todas muy prácticas y con ejemplos reales, que de eso trata la sostenibilidad, de hoy y no del futuro.
Y como la crónica completa saldrá el próximo sábado en la revista, aquí me limitaré a compartir las vistas de las que pude disfrutar a la hora de la comida. Y es que estábamos en la planta 50, la última, de la Torre de Cristal, el edificio más alto de España (a poca distancia de sus tres compañeras del complejo Cuatro Torres). Nada menos que 250 metros sobre el suelo, confieso que me dio un poco de vértigo hacer la foto de arriba, pero quería que se apreciara la distancia.
Uno de los debates que se hicieron durante la jornada trató sobre arquitectura, y la sostenibilidad de esta torre se puso en duda. Yo me encuentro entre mi conciencia convencida sobre el deber de cuidar el medio ambiente y mi extraña (no le encuentro explicación) afición por los rascacielos. Así que, en su defensa, recordaré que a pesar de su tamaño, este edificio genera un 60% menos de emisiones y consume un 50% menos de energía que un edificio de oficinas convencional.
A priori, el conjunto de ponencias podía parecer una sucesión inconexa, pero precisamente una de las conclusiones de la jornada fue que la sostenibilidad no es responsabilidad de los fabricantes o de los gobiernos, sino de todos. Además, los ciudadanos han adquirido un poder gracias a las redes sociales que están utilizando para castigar a las marcas que no actúan con responsabilidad.
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