Que nadie piense que quitar la pintura a un mueble es fácil. El sábado empecé a quitar las dos capas de rojo que hace unos años di al mueble de la entrada, y no terminé hasta bien entrada la tarde del domingo. La hazaña mereció la pena, a pesar de que en el camino recordé por qué lo había pintado en su momento. El barniz, claramente estropeado y lleno de marcas, me obligó a seguir lijando hasta que la madera asomó limpia.
Ahora sólo me queda dar una capa de tapaporos y cambiar los tiradores. Se nota el cambio, ¿no?
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